Descripción
La vida en todas sus expresiones inteligentes es un desafío al coraje humano.
Coraje, no obstante, es valor moral encaminado hacia las acciones relevantes.
Cuando este desaparece o cede lugar a los temores injustificables, campean el desorden aliado con la criminalidad; la mentira a sueldo de la traición; el descrédito en beneficio de la desventura…
El coraje moral es el resultado de un trabajo interior de disciplina de los impulsos que se transforman en fuerzas de voluntad conducida hacia los nobles objetivos.
De él nacen las otras expresiones que santifican al hombre o lo hacen mártir, que lo elevan a las cumbres de la gloria o al madero del sacrificio. El verdadero coraje difiere, inicialmente, de la impetuosidad, de la precipitación, de la indisciplina.
Es firme sin ser temerario; se hace constante en el comportamiento, al evitar la exhibición; se vuelve confiado, lejos de la presunción.
Es un título moral de ennoblecimiento. A veces, lo confunden con la violencia y la agresividad.
Se revela en el instante adecuado, y asume una postura definida, sin desafiar las pasiones inferiores a las que sólo enfrenta para vencerlas. Solamente la disposición firme y consciente de la responsabilidad propicia el coraje de la fe en los momentos difíciles; proporciona perseverancia en el deber, cuando otros desertan; ofrece lucha continua y serena con los ojos puestos en la compasión y en la fraternidad.
Intrépidos, Francisco de Asís y Vicente de Paúl se donaron a Jesús; Lavoisier y Pasteur se prodigaron a la investigación científica; Miguel Ángel y Tintoreto se entregaron al arte; Sócrates y Gandhi se dejaron asesinar para demostrar la grandiosidad de los objetivos que perseguían. La cobardía ataca al temer ser vencida; traiciona al dudar someterse; embiste a pesar de la desconfianza del propio valor.
Solamente el coraje moral, que no se mide por la fuerza de los músculos, del poder ni de la circunstancia, trabaja el hombre para ganar las alturas espirituales.
Joanna de Ángelis
Salvador, 8 de agosto de 1988
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