Descripción
El joven inmaduro se deslumbraba ante las constelaciones brillantes del firmamento, y planeaba conquistarlas.
Cuando los primeros momentos de más amplia comprensión afloraron en su mente, percibió la imposibilidad de alcanzar las galaxias, y entonces creyó que podría conquistar la Tierra que lo atendía cual madre generosa.
Las luchas lo hicieron madurar y las dificultades ampliaron su visión de la realidad, permitiéndole comprender que no era posible lograr lo que anhelaba. Y como amaba patria donde había nacido, creyó que podría conquistarla.
Se empeñó en el embate arriesgado, ganó una posición social y poder, pero la suma de decepciones y amarguras lo obligaron a desistir del intento. Entonces pensó en conquistar la comunidad donde se movilizaba.
Las presiones políticas lo favorecieron con cargos elevados, y cuando el prestigio parecía haberlo premiado, las artimañas de la hostilidad de los grupos beligerantes lo derribaron.
Más maduro aún y pensativo, se volvió hacia la familia. Y mientras la vejez se acercaba se dedicó con tesón a conquistar el clan.
Pero los intereses dispares en el hogar y en prole lo expulsaron, porque ya era una carga para la economía doméstica y estaba superado, según el concepto de los jóvenes soñadores y ambiciosos como él mismo lo había sido un día…
En ese momento tuvo conciencia de su realidad y, sólo entonces, comprendió que lo único importante es conquistarse a sí mismo.
¡Momentos de conciencia!
La voluptuosidad del placer domina las masas, y las criaturas ansiosas se agreden confundidas, precipitándose inermes en los goces exhaustivos, aunque sin saciar sus deseos.
La ola de vulgaridad aumenta y amenaza con echar por tierra las construcciones ennoblecedoras de la sociedad.
Una violenta ruptura de valores favorece el recelo hacia la experiencia honrada y abre espacios para el campeonato de la insensatez y del crimen.
El cambio de comportamiento moral altera la escala del discernimiento y se pone a la par de la sordidez y la promiscuidad.
En ese sentido, existe temor a la elección de una existencia saludable, de una conducta moral correcta.
Lo exótico y lo agresivo sustituyen a lo bello y lo pacífico, y dificultan el discernimiento en torno a lo real y lo imaginario, lo justo y lo innoble.
En estos momentos, en la Tierra hay carencia de grandeza, de amor, de abnegación.
Las grandes naciones se encuentran conturbadas y sus miembros aturdidos.
Los pueblos medianamente desarrollados se muestran ansiosos, inseguros. Los países en crecimiento, victimados por la miseria económica, padece hambre, enfermedades calamitosas, desempleo y locura que se generalizan.
En todos ellos, a pesar de sus diferencias sobresalen la violencia, la lujuria y la disolución de las costumbres. Sin embargo, la criatura afligida busca otros rumbos de afirmación.
En la naturaleza humana se encuentran la necesidad de paz y el anhelo de bienestar.
Esa búsqueda surge en los momentos de conciencia, cuando el ser descubre sus necesidades legítimas y sabe distinguirlas en medio de los despropósitos, de lo superfluo y de la desilusión.
Al pensar en esos acontecimientos, que predominan en los diversos segmentos de la sociedad contemporánea, hemos resuelto escribir la presente obra.
Nos inspiramos en El Libro de los Espíritus de Allan Kardec: un manantial de inagotable sabiduría, un repertorio de lecciones liberadoras que necesitamos para el autoencuentro, para la autoiluminación.
La madurez intelectual y moral desarrolla la conciencia, y ésta impulsa hacia la verdad y la vida. Seleccionamos veinte temas y los examinamos bajo la óptica de la conciencia, apoyados en los estudios del maestro lionés, que proponen rutas de seguridad para quien se disponga a reflexionar acerca de ellos.
No nos hemos preocupado por presentar las preguntas en orden creciente, sino que seleccionamos los temas y les dimos una clasificación especial, a fin de ampliar las observaciones en torno a la vida, la conducta y las experiencias humanas.
No guardamos, por cierto, la presunción de creer que estamos entregando alguna novedad a los estudiosos de la criatura humana y de su comportamiento moral.
Sólo nos alegra la satisfacción de ofrecer un poco de lo que tenemos en favor del hombre nuevo, esforzado, consciente de que, al empeñarse en la construcción de un mundo más feliz, su ambición debe ser la de conquistarse a sí mismo y no a los otros.
Joanna de Ángelis
Salvador, 11 de septiembre de 1991.
Valoraciones
No hay valoraciones aún.